Cuando un ser
querido muere, es normal que el dolor se anide en nuestro corazón, que
sintamos que nuestra vida no será igual y que difícilmente podremos
seguir adelante. Todo eso es parte del proceso natural de aceptación en
esta nueva etapa de la vida, pero cuando todo aquello nos impide
continuar con nuestras actividades cotidianas, se enciende una alarma
que no debemos ignorar.
La vida sigue,
tenemos a un lado a aquellas personas que dependen de nosotros y las que
nos inspiran a salir adelante. Sin embargo para entender la naturaleza
de una pérdida es necesario comprender que cuando sufrimos y lloramos
por aquellos que se han ido, lo que realmente hacemos es llorarnos a
nosotros mismos por el cambio que habrá en nuestra vida sin ese ser
especial.
No se trata de una cuestión de egoísmo, pero definitivamente forma parte de nuestra naturaleza y apego el sentirnos abandonados por aquel ser que ha pasado a formar parte de los recuerdos y que físicamente ya no estará con nosotros, pues la mente herida se resiste a la idea de no volver a recibir los abrazos, el amor, los consejos y la reconfortante compañía de la madre, del padre, la pareja o de los verdaderos amigos que se han ido.
En estos cuatro puntos resumimos a detalle la razón por las que nos cuesta vivir este proceso de duelo:
1. Vemos nuestra propia mortalidad
El ver a alguien
partir nos recuerda que con el paso del tiempo, nuestro momento también
llegará, quizá sea la incertidumbre lo que más pesa, el saber que la
muerte no siempre llega bajo nuestros términos, sino que es caprichosa y
así como puede dejarnos disfrutar muchos años, puede cambiar de parecer
y arrastrarnos en cualquier momento.
Ver a todos los
vivos sentirse desamparados y frágiles ante lo inevitable nos hace
pequeños; es natural sentir eso, pero hay que evitar engancharse a esa
idea, ya que parte de la belleza de este mundo se encuentra en que nada
es eterno, en que debemos tener esa pasión por vivir. Aceptar esa
fragilidad, esa falta de control sobre el futuro nos ayuda a crecer y
disfrutar el presente.
2. La pérdida como castigo
Nosotros lloramos
por lo que hemos perdido, porque caemos presas del miedo y la
incertidumbre ante lo que ya no estará, sabemos que la vida estará llena
de pérdidas, la idea de sentir ese dolor una y otra vez resulta
aterradora. En algún momento del duelo, comenzamos a pensar en lo que
pudimos haber hecho para que esa persona siguiera con nosotros, porque
la mente se niega a la idea de la ausencia, incluso llegando a pensar
como propia la responsabilidad de la muerte del ser amado.
Es una fase que debe
ser pasajera, no es saludable quedarnos con esta idea, ya que la muerte
es el desenlace de todo ser vivo, no solamente de los humanos, así como
el nacimiento está lleno de esperanza y un nuevo comienzo, la muerte
ofrece exactamente lo mismo, una oportunidad de descansar y estar
nuevamente en comunión con el creador y la naturaleza.
3. Sentimientos de culpa
No vale la pena
responsabilizarnos o sentirnos culpables sobre la pérdida o la falta de
tiempo que no nos dejó llegar antes de tener que decir adiós para
siempre, el enfocarnos en las emociones negativas es un camino mucho más
doloroso, hay que saber perdonarnos.
Recuerda que perder
alguien es inevitable, pero aprende de ello, toma esa experiencia llena
de tristeza y transfórmala en algo positivo, cambia esa conducta que te
hace sentir culpable estando presente para quienes aún siguen con vida:
dedícale tiempo a tu familia y mantén el compromiso de que nada será más
importante que estar presente en los buenos y malos momentos de tus
seres queridos.
4. La diferencia entre amar y necesitar
Algunas de las frases que más escuchamos en un funeral o en un velorio suelen ser: “No podré vivir sin su presencia”, “Jamás olvidaré este dolor”, “No creo que pueda seguir adelante”,
seguro las recuerdas, pero te tenemos noticias: hay que olvidar todos
esos sentimientos negativos, ese pesar llega a nosotros al confundir el
amor con la necesidad.
Recuerda que el amor
es un sentimiento que permanece dentro de nosotros, junto con el
recuerdo y los buenos momentos con esa persona que se ha ido. No se
necesita a nadie para vivir, pues aunque hoy duele profundamente la
muerte, cuando el duelo nos traiga la calma y la aceptación, sabremos
que este reto forma parte de la vida.
Esperamos que estas
palabras te ayuden a que tu alma pueda descansar del dolor. Es verdad
que la vida sigue, pero por tu bien y la memoria de quien se ha ido, lo
mejor que puedes hacer es disfrutar la vida que tienes por delante,
hacer un homenaje a ese ser que ha partido con tus propias experiencias y
nuevas vivencias. Sabemos que no quisiera verte así y mientras le sigas
recordando, siempre estará contigo.
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